No podía más. Parecía una pesadilla. No quería despertar. Había estado durante toda la noche bebiendo Four Roses, fumando y recordando. Estaba en el diván de su salón, con una tenue luz, similar a la que tanto amaba como cuando paseaba en las noches de luna llena por el camino que bordea el río que pasa junto a su casa. Para incrementar aún más su nostalgia optó por pinchar a The Doors en su viejo tocadiscos.
No paraba de darle vueltas a aquella historia que hacía días le atormentaba. Y aunque deseaba enfervorecidamente olvidar, no lo conseguía. Rescató de la estantería Fiebre en las gradas, un ensayo escrito por Nick Hornby y que siempre fue un bálsamo para sus tragedias. Pero pasaba páginas y páginas sin sentido, sin darse cuenta de lo que leía.
La cabeza estaba a punto de estallar. No alcanzaba a comprender por qué no podía quitárselo de la cabeza. De repente, lanzó su libro preferido contra la chimenea. Las llamas devoraron aquellas amarillentas páginas con tanta ferocidad que le provocaron un profundo y hondo llanto. Terminó de un trago el bourbon y salió de casa. Se encaminó hacia el río. Ya casi amanecía, pero de repente percibió el resplandor de la luna en el agua. ¿Qué luna?, se preguntó. Dirigió la mirada hacia aquél cielo oscuro, en el que no encontró astro alguno. Su tormento no desaparecía y cada vez que dirigía la mirada hacia el río el esplandor iba en aumento. Se lanzó al agua en busca de una explicación. Fue su perdición y su liberación. Su salvación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario