jueves, 24 de marzo de 2011

Los tiranos siempre acaban cayendo

Los tiranos habitualmente creen tener la conciencia de que todo les pertenece y, por tanto, nadie es semejante, sino que su superioridad es palpable y evidente. Bueno, más bien diríamos que los tiranos no tienen conciencia. El dictador hace de su capa un sayo a sabiendas de que nadie le podrá rechistar, porque los que están a su lado le aplaudirán como buenos palmeros y lacayos, mientras que sus opositores no se atreverán a toserle, y si lo hacen procurarán hacerlo con el pañuelo delante para que los gérmenes ni siquiera se acerquen.
Pero en ocasiones, los tiranos y los dictadores encuentran en sus propios actos de vanagloria el principio del fin de sus días como tales. Y buena muestra la tenemos durante los últimos meses con las revueltas en el mundo árabe. Aunque también en nuestra Salamanca con actitudes demoníacas de perfectos impresentables que utilizan sus cargos y los medios a disposición de los mismos para extorsionar.
En contadas ocasiones, el tirano o dictador destaca por su inteligencia. Es, más bien, hábil, sabe situarse en el lugar adecuado, en el momento oportuno. Pero la falta de inteligencia le lleva a cometer torpezas de las que se arrepentirá, no por el hecho en sí, sino porque le desacredita ante lo evidente. Ahí empiea el final del dictador, porque sus palmeros, algunos, los que sí son inteligentes, comienzan a darse cuenta de que no pueden ser complacientes por más tiempo de sus torpezas. Entre estos pocos palmeros inteligentes, los hay valientes y exponen su parecer, aún a sabiendas de que pueden ser los primeros sacrificados en las últimas decisiones de los villanos, y los hay cobardes. Estos últimos no se atreven a dar la cara y optan por 'cortarle' la silla desde la distancia, apuntándose a caballo ganador.
Pero al final, los tiranos siempre acaban cayendo.

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