miércoles, 13 de abril de 2011

Pasar página

TRIBUNA de Salamanca se nos fue. Llegó al mundo con la misma incertidumbre con la que murió y vivió durante casi dos décadas en las que ha sido un referente en muchos aspectos. Innovó el diseño como pocos, pero no sólo en Salamanca. Fue una excelente cantera de periodistas y un magnífico escaparate para otros muchos medios. Y durante mucho tiempo fue una familia, algo complicado en una empresa y mucho más en un medio de comunicación. Su final me ha conmovido, sinceramente. No por esperada, la muerte de un ser querido deja de ser amarga y dolorosa. Y no tanto por ese "cerceñar" la capacidad de información de los ciudadanos, que hoy en día tienen múltiples canales de comunicación para estar al día, tantos como para aburrirse. Esto es lo típico, como el 'Descanse en paz' que se utiliza en las lápidas. A mi me ha jodido por su gente, pero sobre todo por mis amigos, a los que quiero y a los que admiro por cómo han sobrellevado con total profesionalidad estos últimos meses en los que han sufrido en primera persona los efectos de la crisis.
No han montado 'shows' por no percibir sus salarios y no precisamente millonarios, como los de algunos futbolistas. Han callado. Pero al mismo tiempo han desarrollado su profesión en un claro ejemplo para otros que viven de la 'sopa boba', son auténticos pesebreros a sueldo, y que se permiten dar lecciones de periodismo.
Con su muerte tuve la tentación de recoger en forma de 'esquela' el último número en el kiosco. Iba decidido a adquirir uno cuando sentí una extraña sensación, la misma que en un funeral en el que la familia del fallecido te entrega una estampita de recuerdo del mortal. "Pero si yo quiero recordar lo mejor de su vida, no su muerte", pensé. Y lo mejor de su vida lo llevo en mi corazón, no está escrito ni fotografiado, ni mucho menos impreso.
Ahora espero que mis compañeros puedan pasar página de la mejor manera posible. Aunque costará, supongo. Mucho ánimo.

domingo, 3 de abril de 2011

Un paseo hacia la muerte

No podía más. Parecía una pesadilla. No quería despertar. Había estado durante toda la noche bebiendo Four Roses, fumando y recordando. Estaba en el diván de su salón, con una tenue luz, similar a la que tanto amaba como cuando paseaba en las noches de luna llena por el camino que bordea el río que pasa junto a su casa. Para incrementar aún más su nostalgia optó por pinchar a The Doors en su viejo tocadiscos.
No paraba de darle vueltas a aquella historia que hacía días le atormentaba. Y aunque deseaba enfervorecidamente olvidar, no lo conseguía. Rescató de la estantería Fiebre en las gradas, un ensayo escrito por Nick Hornby y que siempre fue un bálsamo para sus tragedias. Pero pasaba páginas y páginas sin sentido, sin darse cuenta de lo que leía.
La cabeza estaba a punto de estallar. No alcanzaba a comprender por qué no podía quitárselo de la cabeza. De repente, lanzó su libro preferido contra la chimenea. Las llamas devoraron aquellas amarillentas páginas con tanta ferocidad que le provocaron un profundo y hondo llanto. Terminó de un trago el bourbon y salió de casa. Se encaminó hacia el río. Ya casi amanecía, pero de repente percibió el resplandor de la luna en el agua. ¿Qué luna?, se preguntó. Dirigió la mirada hacia aquél cielo oscuro, en el que no encontró astro alguno. Su tormento no desaparecía y cada vez que dirigía la mirada hacia el río el esplandor iba en aumento. Se lanzó al agua en busca de una explicación. Fue su perdición y su liberación. Su salvación.